¡Vámonos! gritó el conductor de la diligencia, en la forma peculiar de todos los conductores, de arrastrar las palabras.
Al grito del conductor, el grupo que había en la puerta del hotel pareció agitarse y de entre sus filas surgieron dos figuras, que corrieron hacia el vehículo.
El grito había cortado las recomendaciones y advertencias de última hora de los parientes y amigos a los recién casados.
Aquel grito sirvió también para que los caballos piafaran impacientes por emprender la marcha.
Las dos figuras que llegaron corriendo desde la puerta del hotel se abrieron paso entre los curiosos que rodeaban la diligencia, repartiendo sonrisas y saludos.