El libro de Ortiz diseña una meditación sobre la existencia desde una perspectiva cultural crítica, marginal, inquisidora e incisiva, partiendo de una ubicuidad en la mirada del poeta: a la vez que hay un desasimiento, una ruptura y una distancia, están las preocupaciones fundamentales y las preguntas. No puede ser de otro modo, precisamente, porque allí donde se debería estar no hay respuestas para ellas: "a dónde se han marchado las respuestas/ en mi país la verdad y la mentira se mezclaron,/ mía es la duda".
Sólo se vislumbran las fantasmagóricas siluetas de una ciudad los agotadores esfuerzos por delinearlas, por comprenderla (). De una ciudad como imagen configuradora de caminos eternos, símbolo de un esquema de poder que debilita los recorridos y la libertad del hombre, minimizándolo y perdiéndolo ("tuve miedo./ debe ser un error, alguien se equivocó/ alguien me colocó en un sitio que no me corresponde"). Cómo reconocerse en ese espacio? Cuáles son las posibilidades de escapar de una arquitectura que se autorreconstruye infinitamente?
Para la poesía, queda al menos una salida: construir otra ciudad, otro mundo, otro país, otra nación. (Fabio Murrieta, ensayista y editor)