QUIZÁ por primera vez en su vida sintió Howland el espíritu novelesco, de aventura, de simpatía por lo pintoresco y lo desconocido. Millones de estrellas brillaban, semejantes a amarillos e impasibles ojos, en el frío polar de los cielos. Tras él, blanco en su curso sinuoso a través del desierto nevado, aparecía el helado Saskatchewan, con algunas raras luces dispersas, visibles donde Príncipe Alberto, la última avanzada de la civilización, descendía hasta el río media milla más abajo.