Galdós, con un tono expresivo y solemne, desea dejar atrás el espíritu mortuorio que, tras la catástrofe del 98, había invadido a la sociedad española. Una aspiración anhelaba el autor: «instrucción para nuestros entendimientos» como de buena es el agua para nuestros campos. Aprender a discernir «lo que está muerto y lo que está vivo en el alma nuestra» es el germen del crecimiento de un país