Ha cumplido ya los cuarenta todas las rutinas de su vida han saltado en pedazos dejándolo solo y sin otra compañía que su televisor su computadora y su contestador automáticos. Sin embargo no le parece trágico. No siente nada sólo una extraña indiferencia. Parece haber obtenido una prórroga y ahora puede ensayar otros modos de ser Miki. Puede pensar en el pocillo de saliva que se forma en el labio de Lucia su compañera de radio (le gustaría bebérselo). O en los pechos y los ojos verdes de Mónica la chica increíble que salía con su hijo Boris antes de que éste tiviese el accidente. A través de ella imagina que va a asomarse al mundo juvenil y despreocupado que tanto envidiaba a su hijo. Tras Añoranza del héroe y Qué raros son los hombres José Ovejero se interna en el lado más oscuro y desasosegante de su narrativa con una prosa directa y sin adornos superfluos emparentada no sólo con lo mejor de la literatura actual sino también con el lenguaje cinematográfico de realizadores como los hermanos Coen.