La injusticia y los injustos; la sociedad cada día más violenta; un mundo que cambia y en el cual los personajes, por distintos motivos, encuentran cada día que pasa mayor dificultad para adaptarse. Como en un juego de ping-pong: se alternan en cada capítulo, el comisario y el asesino, viviendo la realidad de manera casi opuesta.
Ambientado en una Montevideo retro, que supo ser una de las ciudades más hermosas de sudamérica y que aún sueña con volver a serlo.
El comisario Rodríguez llega como todas las mañanas a su trabajo; saluda los colegas de la noche que recién terminaron el turno y se prepara para iniciar una nueva jornada. Dentro, sentado en su escritorio, está el agente Martínez rodeado de una pila de papeles: completando expedientes, enviando mensajes de correo electrónico, controlando los datos de los últimos detenidos... rigurosamente acompañado de termo y mate. Siempre las mismas cosas: denuncias por robos, rapiñas, violencia doméstica y hasta un homicidio... Montevideo con su violencia cotidiana, a la cual él, como el resto de la población, casi casi se han acostumbrado; anestesiados delante de los hechos que acaecen diariamente, y sin la voluntad para cambiar nada, más que nada por saberse impotentes delante de un sistema que hace poco por mejorar las cosas. Y en medio de todo eso: un homicidio más, o al menos lo creía al principio. Con el pasar de los días descubrirá que, de alguna manera, los homicidios de la madrugada del domingo siguen un esquema. Una situación jamás vista antes en sus treinta años de servicio. El asesino deja, junto a la víctima, un mensaje sin un sentido aparente. Le quedan cinco días para encontrarlo; después va a ser demasiado tarde...