En su entierro, el sacerdote Carlos Álvarez declamó la oración fúnebre y, con palabras precisas, sentenció:
«Se perdió un caballero de cepa, hombre de bien y para bien. Sin embargo, quedan sus obras. Murió como vivió, en paz y cerca de Dios, haciendo el bien y buscando la armonía con sus semejantes».
«Cuando contemplamos el misterio de la muerte con sentido laico, surge en nuestra alma una gran congoja interior al saber que a todos nos toca morir. Hoy, lo estamos viviendo con la muerte de mi tío Alberto, pues nos llena de angustia interior el saber que nuestros días se van y tenemos que morir».