Al leer miles de evangelios originales coptos, egipcios, etíopes, maniqueos, cátaros nuestro querido lector corre el riesgo de desmayarse. Toda su carga de conocimientos anterior se convierte en polvo: los ideales en los que creía antes resultan ser ridículamente insignificantes. ¡Resulta que existen otros mundos, otros enfoques, otro cristianismo! El evangelio arquetípico no tiene que contener obligatoriamente un elemento biográfico o instrucciones de una u otra eminente personalidad religiosa. Es suficiente recibir, mediante sus páginas, una revelación sobre las cien mil ventajas que tiene el bien ante el dominio del mal mundial. El buen mensaje en el univérsum es la revelación sobre el bien como el sumo arquetipo del teohombre, del hombre eterno, Homo inmortalis.