Al sur de Calcuta, en una de las curvas tenues que hace el río Hugli, antes de insertar sus densos brazos húmedos en las arena arcillosa, varios niños jugaban con una inocente alegría mientras mojaban sus diminutos cuerpos en una de las fuentes públicas cercanas.
La envejecida ciudad se veía recortada por el aire tibio gris que recortaba los perfiles de sus edificios lejanos. La tarde avanzaba, pesada, como deseando entreverar su presencia en una cita inapelable con la noche, aún lejana que la esperaba entre sus brazos cálidos y oscuros.
Un poco más allá, en uno de los bordes casi invisibles del Garden Reach, se veía un caserío rústico desperdigado; sus callejuelas de tierra húmeda