El breve ensayo sobre el Alcázar sevillano (La Andalucía, 1862), descriptivo, anecdótico y de algún modo historicista (por más que la autora reniegue de esa actitud en beneficio del impresionismo gráfico), salió a la luz en 1863, un lustro antes de la Septembrina o Gloriosa, revolución que destronó a Isabel II. Fue un año luctuoso para la novelista, al fallecer, por suicidio, su marido, que la dejó sumida en graves problemas económicos. La reina Isabel y, sobre todo, los duques de Montpensier, le ofrecieron una vivienda, precisamente, en el Patio de las Banderas del Alcázar. No debe ser casual que la autora de La Gaviota adule abiertamente, en esta narración, al teniente de alcaide de aquella residencia real. La bonanza fue circunstancial pues a poco hubo de mudarse a causa de que la casa fue, junto a otras, puesta
en venta. El estilo narrativo, sencillo y a veces -en un acto consciente- ingenuo de la novelista se alía al imán de la amenidad y al costumbrismo decimonónico.