Sin planteármelo más de tres días, me encontraba embarcando en un vuelo hacia Santiago de Chile. Esa misma noche recibiría una pequeña carta de despedida escrita en un papel que sentenciaba: Huir para ser, ser para escribir.
La búsqueda del Caribe en las cenizas de una patria incinerada y agosto acechando entre la niebla: no hay verano que avive la llama del candil la noche antes del exilio.