Tres hombres -o acaso un mismo hombre-, en tres épocas y circunstancias radicalmente distintas, se ven enfrentados al desconocimiento radical de sí mismos
Porque, en circunstancias extremas, un hombre puede dejar de reconocerse. Al actuar de una forma poco adecuada a la imagen que se había edificado de su alma, por ejemplo.
Como un feroz inquisidor medieval que siente que empieza a entender a la bruja que está juzgando.
O un intelectual radicalmente comprometido que se encapricha de una frívola admiradora.
O un revolucionario "diseñador de sueños" en una sociedad del futuro, que decide canjear las esperanzas de la sociedad por un sueño a su medida.
Y claro, cuando llega el momento, tienen dificultades para llegar a un acuerdo con su Dios.
Y tienen que hablar con un Dios sin rostro.