Nazarín y Halma pertenecen al llamado ciclo espiritual o espiritualista de Galdós. El personaje central de la primera, el peculiar sacerdote Nazarín, aparece también en la segunda, acompañando a otros dos personajes principales, la condesa Halma y su primo Urrea, en un triángulo de impetuoso, ingenuo y utópico fervor místico. Ambas novelas son un vehículo para la exposición de las ideas de Galdós dentro del contexto espiritual en que están encuadradas.
Nazarín es un paladín de la verdad, lo que constituye una de sus facetas más valiosas. La verdad es la "norma de su conciencia", y esto de algún modo lo inmuniza frente al insidioso medio exterior y las distintas formas de hostigamiento social que padece. Con este personaje, Galdós se propone hacer una especie de caballero andante de la espiritualidad, un don Quijote proyectado hacia la causa del cristianismo. "Clérigo andante", lo llama en varias ocasiones. Nazarín se desprende de su traje de sacerdote, adopta sus propios hábitos y protagoniza algunas aventuras, en las que los ideales caballerescos se transforman en ideales de santidad.
En Halma, junto a nuevos personajes, reaparecen los de la novela anterior, prolongándose así la trama de Nazarín. La condesa Catalina de Halma, joven viuda, se propone fundar una utópica comunidad religiosa. Paralelamente se tiene noticia del juicio de Nazarín, "que por aquellos días monopolizaba la atención pública". Ambas líneas argumentales no tardan en fundirse, de manera que en un momento dado en una finca de la condesa, Pedralba, se establece algo así como la orden nazariniana, en la que la presencia de un primo de Halma aviva el fuego del conflicto.