Ahora, lector, es él quien habla. El poeta, claro está, el hacedor de monólogos íntimos, de pensamiento libre, de actitud comprometida y conmovedora, de piel camaleónica, de vocación múltiple, de fidelidad intachable, de verso ágil y saltarín, de ideas asentadas y de vuelo libre. Aunque, como yo, rechaza los aeropuertos, siempre busca entre las nubes una palabra extraviada, una cerveza muy fría, el fuego de una amistad contumaz. Algo de todo esto, o todo esto, es este libro. Y eso ya es mucho.