Aunque su obra fue menospreciada por los sacerdotes de la crítica literaria durante muchísimos años, Luis Carlos López [1879-1950] se ha convertido con el paso del tiempo en una figura imprescindible de las letras hispanoamericanas, que sin él quedarían desprovistas de una de las personalidades poéticas más refrescantes y originales de la lengua española. La mayor parte de su vida transcurrió entre las cuatro paredes de Cartagena de Indias, una ciudad que amó y odió entrañablemente y a cuyas plazas, callejuelas, esquinas y "caserones de ventruda fachada" dedicó varias estrofas memorables. Siguiendo las huellas de Quevedo y de Swift, manejó el estilete de la ironía con una sorprendente precisión quirúrgica y renovó, gracias a un estilo inconfundible, el lenguaje poético de su tiempo.
Su manera de ser y de vivir, por otra parte, hizo de él un personaje legendario en el "corralito de piedra" de la primera mitad del siglo XX. Gabriel García Márquez, quien lo conoció en la época en que comenzaba a escribir para El Heraldo de Barranquilla, lo recuerda como una especie de "reliquia histórica de cuya existencia real habría podido dudarse si no anduvieran sueltos por las calles de la ciudad amurallada sus versos y su hijo Bruno". Cuando se lo presentaron, a Nicolás Guillén le pareció "un hombre adolorido, acaso con razón", que tenía la costumbre de "sonreír con los ojos, agrandados por el vidrio de aumento de los espejuelos". El periodista Germán Vargas cuenta que a finales de 1945, estando un día en El Bodegón, el tertuliadero donde se reunían religiosamente los intelectuales cartageneros de ese entonces, "llegó un señor delgado, vestido de lino blanco, corbatín oscuro y sombrero de fieltro. Un señor en quien, a ratos, se podía observar una sonrisa de guiño". Se trataba de Luis Carlos López, por supuesto, cuyos "ojillos inquietos y juguetones daban un tono de extraña y alentadora alegría a su rostro vivo, casi elocuente, que contrastaba con su silencio pertinaz, en el fondo del cual se adivinaba una gran capacidad para escuchar en forma atenta y cordial".