u cuerpo ardía, tan caliente como la lava de un volcán, y el único que podía salvarla ahora
era el hombre ante sus ojos. Se aferró a su piel, helada como el mármol. Su desesperación por
sobrevivir no le dejó más opción que rendirse.
Una vez que el dolor terminó, el placer comenzó a hacerla volar como si hubieran fuegos
artificiales explotando dentro de su mente, haciéndola sentir como si estuviera en medio de
un mar de fuego.
A la deriva, entrando y saliendo. No había escapatoria. ¿Oye, despiértate. El aire acondicionado está frío aquí. No duermas o te dará un resfriado.